Mientras su nieta hacia los deberes del colegio Serafín, sentado en su silla miraba a la pequeña, sus libros y cuadernos sin atender demasiado bien a lo que trabajaba, aunque realmente no le importaba demasiado. Esas cuentas nuevas con más letras que números, le recordaban a su maestro, aquel señor que a lomos de un borrico con las alforjas llenas de libros cada semana iba al cortijo a enseñarle tantas cosas necesarias para la vida. Aquel hombre que la mayoría de las veces cobraba en especie gallinas, huevos, algún conejo…, que le abrió el camino de la lectura y escritura, el de las cuatro reglas
Mari Carmen García
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